"Los susurros"- Cuento propio
Los susurros
Todo empezó un lunes 14 de abril. A las siete de la mañana nos encargamos de despertarlos, cambiarlos y dirigirlos a los sillones del foyer. A partir de las nueve les servimos su desayuno, las mujeres comieron unas tostadas con yogurt y los hombres unas medialunas. A continuación, la medicación de cada persona, algunos necesitan tres pastillas por día, otros menos. En el caso de Alicia no requería mediación diaria, sino una intravenosa una vez por mes. Ella estaba por cumplir sus 101 años, era la anciana más grande del asilo y aún así la más lúcida. Sus días los pasaba leyendo y a veces se atrevía a cambiar la sintonización de la radio musical por alguna emisora política progresista. Amada por unos y temida por otros, era una persona histórica reconocida como defensora de los derechos humanos. Me encantaría decir que sus días de rebeldía los había dejado en el pasado, pero la realidad es que su militancia a su alta edad seguía en pie y recurrentemente salía a las calles a reclamar lo que creía justo. Yo nunca tuve una gran conexión con ella, teníamos ideales distintos y lo sabíamos, pero luego de cuatro años de vuelta a la democracia no podía pararme y hacerle frente, no iba a conseguir nada y tampoco era mi deber.
Cuando el reloj tocó las once, un hombre vestido de traje y una señora canosa entraron al asilo.
—Venimos a ver a Moreau de Justo — me dijo el hombre.
Dirigí a los invitados hacia donde se encontraba Alicia y se sentaron cada uno a un costado. Charlaron durante una media hora sobre sus vidas amigablemente, debían ser familiares, pensé yo. Sin embargo, hubo un momento en donde se les transformó la cara, su conversación amigable pasó a ser casi prohibida, y la charla de un volumen moderado pasó a ser casi un susurro. El resto del geriátrico se encontraba entretenido, su interés había sido captado por un inspector que había venido a corroborar que el asilo se encontrara en buenas condiciones, por lo que llevaba consigo una cámara y un anotador. Los susurros de los dos invitados me resultaban cada vez más temibles, hasta que en un momento el hombre de traje sacó de su bolsillo una foto. Parecía ser importante, secreta, por lo que no vi más remedio que asomarme para ver de qué trataba.
Esa foto era el fin, delataba los secretos más oscuros de mi esposo. Lo llamaban de las maneras más despectivas y hasta peligrosas. Lo llevarían a juicio, yo de eso no tenía ninguna duda. Recordé que en unos días Alicia daría un discurso frente a una multitud. ¿Qué habría de pasar si hiciera un comentario al respecto? Mancharía su imagen y arruinaría su vida, mi amado iría a prisión, no lo podía permitir.
Los días pasaron y la desgraciada vivía tranquilamente mientras que yo moría de la inquietud y desasosiego. La información es poder, dicen, y esa zurda no podía tener el poder sobre mi marido. ¿Entiende?
El primero de mayo, unos tres días antes de su discurso, tuvo que ser medicada como todos los meses. Le administré entonces su medicación intravenosa, esta vez con un ingrediente clave. La mañana siguiente amaneció con una hemiplejia por lo que, como saben ustedes, tuvo que ser trasladada al Sanatorio Antártida donde con el correr los días su situación se fue agravando. La historia terminó el doce de mayo, al igual que mi preocupación.
Una muerte natural era lo que circulaba por las noticias, con eso me contentaba. Todo venía funcionando a la perfección hasta que una mañana llegó ese sobre a casa. Dentro de él, la foto mostrada por los invitados de aquel catorce de abril y a su vez una foto mía con mi marido. Cómo desearía que hubiese sido sólo eso lo que se encontrase en ese sobre. Pero no, también había adentro una nueva foto, ésta capturaba a los invitados mostrándole a Alicia la tan temida imagen de mi esposo, y a mí espiándola en el fondo. Angustiada, recogí entonces el periódico del día en la puerta de casa: "Caso Alicia Moreau de Justo: presunto asesinato".
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Cuento en el que una foto de nuestro archivo familiar/personal sea el testimonio de un secreto inconfesable.
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