"Alsina 451"- Cuento propio

Alsina 451


San Telmo tiene esa bohemia que se puede vivir en muy pocos lugares de la ciudad. La verdad es que no había nada de armonioso en aquel bar, pero por alguna razón creyó que allí se inspiraría más fácilmente. Parecía quedado en los '80, sus paredes hacían retumbar el sonido e intensificaban el volumen de los discos que pasaban allí.

Night and day the winds hold away
In the upper atmosphere

Él se encontraba en una mesa apenas alumbrada por la intermitente luz de neón que señalizaba los baños. Si bien le gustaba estar entre todo el ruido, un poco de lejanía al cúmulo de gente no venía mal. Allí probablemente podría escuchar sus propios pensamientos y observar al mismo tiempo las múltiples actitudes sociales. Un lugar estratégico.
Sacó su block de hojas, una lapicera de su morral y los reposó sobre la mesa de madera maltratada y escrita con indelebles. "Fuck the system", "Marcelo 1986", "Caro y Nina". Levantó entonces su mirada y llamó su atención un hombre solitario sentado en una banquilla con su chaqueta de cuero negra y unos jeans rotos. No debería tener más que unos cuarenta años, era castaño con pelo enrulado semi largo y su cara la decoraba un incipiente bigote. Tal vez aquel hombre era un buen punto de apoyo para escribir algo. Tomó entonces del bolsillo su piedra azul, la famosa lapislázuli, y con su dedo pulgar la frotó con tal intensidad que parecía tener la intención de pulirla. Sabía que cuanto más presión ejerciera sobre ella, más ideas se le ocurrirían. Supuestamente incrementa la capacidad mental y ayuda a la concentración, él creía en eso y siempre le sirvió a la hora de escribir. Redirigió entonces su mirada al hombre despreocupado para tratar de penetrar en sus pensamientos, ¿cuál era su historia? Algo se le tenía que ocurrir.

Estoy dando vueltas sobre el carrousell
Mi cabeza está podrida
Y se me quema la piel

El sonido de la música del bar salía por dos grandes parlantes amurados a la parte superior de dos paredes enfrentadas. Éstas estaban empapeladas por un amplio y constante collage de periódicos, imágenes de revistas, textos escritos en papel, y otras cuantas cosas que no guardaban ningún tipo de coherencia entre sí. Uno de esos papeles pegados era un mapa ilustrado de Roma. Entonces, su lapicera comenzó a desplazarse por la hoja...


Contemplo el Coliseo que se halla frente a mí. A mi derecha, el Foro Romano. Los turistas hacen largas filas para pagar la entrada, luego largas filas para entrar. A pesar de que abre a las nueve de la mañana, hay desquiciados que se encuentran allí desde las cinco. A partir de las ocho, ya circulan por la Piazza del Colosseo los guías turísticos que tratan de capturar a la gente con sus encantos. Les fichan la cara, su idioma y envían a un guía especializado en su lengua para que vaya a conquistarlos. Es una pugna constante y bruta en donde las compañías turísticas luchan entre sí para ganar clientela. Todos los días desde las cinco de la mañana hasta el mediodía me siento en un banco para observar el procedimiento: los turistas siempre son distintos, los guías los mismos, el proceso idéntico. Me fascina poder observar la naturaleza humana y reirme un rato.
Llegadas las 12, rodeo el Foro y camino sin rumbo por la Vía del Corso con mis zapatos pesados en busca de nuevas experiencias. A mi espalda se encuentra el Monumento a Vittorio Emanuele II, a lo lejos la Piazza del Popolo. Camino unas simples cuadras para desviarme luego hacia la izquierda por la Via de Caravita. Paso por el Panteón y llego finalmente a la alargada Piazza Navona. Hay tres fuentes allí, la gente está alocada por sacarse fotos con la del medio: la Fuente de los Cuatro Ríos. Cada estatua de la misma representa uno de los cuatro grandes ríos del mundo conocidos por mediados del siglo XVII, el Nilo, Ganges, Danubio y Río de la Plata.
Decido salir de la plaza para caminar por la Via del Coronari. Pequeñas boutiques, anticuarios, restaurantes, tiendas de arte y comercios exclusivos con precios abusivos se encuentran en esta calle.

Caras conchetas, miradas berretas
Y hombres encajados en Fiorucci
Oigo "dame" y "quiero" y "no te metas"
"Te gustó el nuevo Bertolucci?"

Entro entonces a una tienda de arte Murano y diviso una estatuilla de cristal de unos cinco centímetros que llamó mi atención. Los vendedores del local no podían disimular su soberbia y apatía. Me miran de arriba abajo y me preguntan si busco algo en particular.
—No, gracias
Apartan la mirada, tomo la artesanía y salgo del local tranquilo.

What a good time
What a lovely time
What a good time
What a lonely time.


Escucha de repente un golpe de puerta que lo hace desconcentrarse y volver. Había entrado al bar un hombre joven de unos treinta años que se dirigió directo a la barra a pedir una ginebra. Su mano tenía un anillo, era muy parecido al de su amigo. Sonrió, lo extrañaba. Recordó sus charlas filosóficas en los bares del Abasto, especialmente en "El Destino", y la facilidad que él tenía para sociabilizar con gente desconocida. Compartía recuerdos y reflexiones con borrachines y vagabundos, la gente más "sensible e interesante" que conoció, según él.
Entonces decidió ir a visitarlo, guardó en el morral su escrito y salió del bar. Aún no amanecía, el alumbrado público del barrio dejaba sus manchas naranjas por las estrechas veredas que parecían guiarlo. Luego de haber caminado unas cuantas cuadras llegó a la calle Alsina. Alsina 487, 471, 451. Se detuvo. Apreció la puerta graffiteada y llena de liquid para dejar finalmente su marca: "Luca vive".







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Los cinco objetos: el disco "Corpiños en la madrugada" de Sumo, un anillo, un mapa de Roma, una piedra (lapislázuli) y una artesanía de cristal.


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