"Bis"- Cuento propio

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Cuento desarrollado a partir de la anécdota de Chéjov
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Entro a un salón grande, una galería de arte por la zona de Recoleta. La gente de etiqueta, con ropa hecha a medida por diseñadores de alta costura. Se huele el aire a soberbia, arrogancia y superioridad de cada uno de los compradores. Mi padre encajaría perfectamente en este lugar.

Hace una semana ya que él se suicidó y a sus cuadros ya no los soporto; necesito sacármelos de encima y vi a esta subasta como la mejor opción. Mi padre vivía pendiente de ellos, y yo era una distracción en su labor. "Éste va a ser la próxima Noche Estrellada, necesito paz, Aarón". Él se encontraba sentado siempre en su estudio pintando, y si yo me atrevía a compartirle una porción de la torta que recién había cocinado podía quedar ahí por semanas.

La subasta está por comenzar, se trata de una al estilo inglés, ascendente. Cada vendedor establece su precio de reserva y los postores van incrementando el costo. Los compradores se acomodan en sus asientos y yo a un costado, de pie contra la pared, intrigado. Pareciese una pugna entre gente de la alta sociedad: ¿Quién paga la escultura más cara? ¿Quién está dispuesto a gastar millones en un cuadro con unas simples pinceladas?

En medio de este circo, me llama el dueño del restaurante donde trabajo, parece que están con una gran deuda. Llegar a ser Chef me costó mucho esfuerzo, y aún así terminé en un lugar mediocre como ese, que no recibe un peso en todo el mes. Mientras escuchaba números y ofertas, me vi en la obligación de discutir por teléfono. El circo sigue, yo ya me quiero ir y eso que todavía no llegó mi turno.

Mientras aguardo impaciente miro el reloj, me llama mi hijo pero no lo atiendo.
¿A mi padre le hubiera gustado que esté vendiendo sus pinturas?

Ya es mi turno, estoy ofertando cuatro grandes cuadros, incluyendo "la próxima Noche Estrellada", tan querida por mi viejo. Se ve que el precio base que puse era muy bajo pues me los compraron a un valor veinte veces más alto. Otra vez suena el teléfono, es mi hijo. No es momento.

Interrumpe ahora mi retirada una señora totalmente desconocida y me da sus pésames por el fallecimiento de mi padre.
-Lo lamento, era un increíble pintor y una mejor persona.
Le ofrezco una vaga sonrisa y me retiro, embroncado por un lado y entristecido por otro.
Camino por esa vereda vacía en línea recta. La gente ríe, el sol se está ocultando. Siento a mi celular vibrar nuevamente pero ya ni me atrevo a visualizar la pantalla.

Abro la puerta de casa, no hay nadie. Me saco los zapatos, y miro por la ventana, el cielo ya se encuentra rojizo. Me dirijo al baño, y la imagen del pastillero. Una, dos, todas. Oscurece. Mi hijo irrumpe en mi casa. El cielo ya negro y yo cierro finalmente los ojos.